Un Polizón En La Maleta
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Un Polizón En La Maleta
Hola a todos! Soy nuevo en el foro, y me gustaría presentarme con este trozo de 3 páginas de un libro que he copiado. Mi tiempo no da para más. Su titulo es : Un Polizón en la Maleta, la verdad, está muy bien y me gustaría compartirlos con otra gente.
A medida que pase el tiempo ire subiendo más.
Un polizón en la maleta
Introducción
1. El Final.
No os podéis imaginar lo bien que se está completamente sola, en medio de la noche, navegando por el mar Caribe en un pequeño bote de rescate.
En el cielo hay reunión de estrellas; me miran con curiosidad. Si pudiera apagaría su luz, pero por desgracia las estrellas no se pueden apagar con un interruptor. Si estuviera más oscuro, seguramente los tiburones no me habrían descubierto con tanta facilidad....
No, no tengo nada en contra de los tiburones. Me gusta mirarlos, sobre todo por la tele. Pero, de cerca y sin pantalla por medio, no parecen tan graciosos. Además, van cerrando su círculo cada vez más cerca de mi bote. Claro. Debo resultarle muy apetitosa, supongo que no todos los días tienen en su menú a una niña alemana de diez años.
Aquí, en el Caribe, el cielo está más bajo que en mi ciudad. Si me pusiera de puntillas, casi podría tocar las estrellas con las yemas de los dedos. Pero prefiero no hacerlo, el bote se movería demasiado. Procuro evitar cualquier movimiento, por pequeño que sea. No me atrevo ni a rascarme la nariz, y eso que justo en este momento me pica mucho. No quiero ni imaginar que el bote se diera la vuelta y yo acabara en medio del mar.
Asustada por mis propios pensamientos, me agarro fuertemente a la tabla que sirve de asiento. Tengo la piel de gallina, incluso entre los dedos de los pies. Pensar que ahora mismo podría estar en la casa que tiene mi tía Erika en el mar Báltico, acostada en la cama y oyendo los ronquidos de mi prima. Pero no, tuve que colarme en ese enorme barco de crucero que me ha llevado al otro lado del Atlántico.
No creo que en mucho tiempo tenga ganas de volver a quejarme de mis habituales vacaciones en el mar Báltico. Al contrario que en el Atlántico, allí sólo me acechan dos peligros: pisar una medusa o volverme loca de aburrimiento.
A unos veinte metros de distancia, un tiburón ha abierto su enorme bocaza. No tengo ganas de contar los dientes que tiene, así que he cerrado los ojos. Los he vuelto a abrir, sabiendo perfectamente que yo soy la que voy a escribir la redacción más emocionante sobre las vacaciones, el próximo curso en el colegio; claro, eso si consigo sobrevivir a esta aventura. ¡Además, va a ser la redacción más larga de mi vida! Porque para poder explicar cómo he acabado en este bote en medio del Caribe, tendré que contar primero lo del curso que ganó la abuela sin haber participado. Y hablar de Conchita y de la bonita voz que tiene. Y el taxista de Lisboa, gracias al cual Tabea y yo ...
Pero mejor será que cuente la historia desde el principio, y así podremos llegar a este final...
2. El principio.
TODO empezó un sábado al mediodía, normal y corriente, en Dusseldorf, a orillas del Rin. Papá estaba en la cocina cortando repollo, puerro y otras verduras que usa para hacer su famoso puré. Mamá, armada con un spray, se dedicaba a la caza del mosquito en el cuarto de baño. Yo estaba sentada delante de mi escritorio, hurgándome la nariz. En realidad debía ordenar mi habitación, pero no podía decidir por dónde empezar. ¿Por los calcetines que estaban debajo de la cama? ¿Por la camiseta que tenía colgada de la lámpara? O.... ¿por las monedas de naranja que había encima del radiador? Era una lata que mis padres no entendieran lo a gusto que me encontraba yo en mi pocilga.
Seguía hurgando y hurgando, a pesar de que sabía perfectamente que mi nariz estaba igual de vacía que mi hucha. Pero hacer pelotillas me inpiraba. En ese momento estaba pensando en los patines que le habían regalado a mi amiga Jutta dos días antes, como premio por sus buenas notas. A mí nunca me regalan nada por sacar buenas notas, porque mi padre gana mucho menos que el de Jutta. Por eso sabía que para tener unos patines que aquellos tendría que esperar a que Papá Noel volviera a ponerse el abrigo rojo, se pegara tres kilos de algodón en la barbilla y sacara los renos del garaje. Es decir. ¡Una eternidad!
De todas formas, Jutta me había prometido prestarme los patines durante las vacaciones. Ella no iba a podérselos llevar a las Maldivas, que es donde iba a veranear con sus padres. Allí por lo visto, sólo hay arena y no se puede hacer nada con los patines.
Llamaron a la puerta.
--Kerstin, ¿quieres abrir? --gritó mamá desde el cuarto de baño.
Me saqué el dedo de la nariz, fui al recibidor, pulsé el zumbador y abrí la puerta. Al momento apareció mi abuela subiendo las escaleras con dificultad. Venía tan seria que parecía que su perro se hubiera hecho pis en la tostadora a la hora del desayuno.
--¿Pasa algo, abuela? --le pregunté.
--¡Ya lo creo! --refunfuñó, cerrando la puerta--.
¿Dónde está tu madre?
--Está cometiendo un asesinato.
--Ya, tu padre le ha agotado definitivamente la paciencia, ¿no?
--¡Qué va! Sólo quiere cargarse a unos mosquitos.
Mamá salió del cuarto de baño, vino hacia nosotras y le preguntó a la abuela, sorprendida:
--¿Qué haces tú aquí a estas horas? ¿Tenías que venir por aquí cerca? ¡Vamos, entra!
Pasamos al salón. La abuela vive en Neuss, muy cerca, pero era muy raro que viniera así, por las buenas, sin avisar. Desde que papá se enfadó con ella porque nos hacía muchas visitas sorpresa, no había vuelto a aparecer sin aviso previo. Papá y la abuela están siempre como el perro y el gato. Papá la odia porque juega mejor al ajedrez que él y la abuela no le soporta porque dice que le tiene que sacar las palabras con un sacacorchos. Hay que reconocer que papá es una persona de pocas palabras. A veces pienso que por las mañanas, en vez de usar pasta de dientes, usa pegamento y por eso no puede despegar los labios en todo el día.
La abuela se sentó en el sofá y lonzó una mirada de preocupación.
--¿Ha pasado algo? ---le preguntó mamá.
--Eso parece. ¿No era eso lo que tú pretendías?
--¿Lo que yo pretendía? ---Preguntó mamá, asombrada.
--Ahora no te comportes como si no fuera contigo --gruñó la abuela--.¿No fuiste tú la que echaste la postal?
--¿Qué postal?
--La postal con la solución.
--¿Con qué solución?
Yo miraba a la abuela, a mamá, a la abuela... Parecía el espectador de un partido de tenis.
--Participaste en el concurso,¿si o no? --preguntó la abuela.
--Ya sabes que casi todas las semanas participo en alguno.
--Pero yo no. Y, a pesar de eso, he sido yo la que he ganado.
--¿De verdad? ¿Qué has ganado?
-- Un crucero por el Caribe.
Mamá abrió los ojos de par en par.
--¿Cómo? ---dió unas palmadas y gritó--: ¡Bertram! ¡Ven corriendo!
Papá apareció en el salón. Llevaba un delantal y unas hojas de perejil en la mano. Miró a su alrededor sin entender que pasaba.
---¡Imagínate, la abuela ha ganado un crucero!
---mamá está radiante---.¿Qué te parece?
--Mmm... Estupendo ---murmuró él. Hacía dos días que no le había oído decir una frase tan larga.
--Serías tan amable de explicarme por qué mandas una tarjeta en mi nombre --dijo la abuela, dirigiéndose a mamá.
--¡Ah! --contestó ella, contenta---. Para algunos concursos escribo varias tarjetas. Así las posibilidades de ganar son mayores. ¡Dios mío! ¡Un crucero por el Caribe! Será el viaje más maravilloso que nunca hayas hecho. Pero ¿por qué me miras así? ¿ Es que no te alegras?
La abuela explotó.
--¿Alegrarme? Mi vecina fue una vez a un viaje de ésos, y por lo visto fue horroroso. En el barco sólo había gente viejísima, que la única diversión que tenían era pasarse las horas hablando de sus enfermedades. Y todas las noches se tenían que arreglar como si fueran a ir de boda. Encima, tendré que gastar todos los ahorros de mi libreta para comprarme ropa apropiada.
--¿Sabes qué? Si a ti no te apetece..., déjame que haga yo el crucero ---le propuso mamá.
En la cara de la abuela apareció una sonrisa de oreja a oreja, mientras decía:
--¡Qué más quisieras tú!
A medida que pase el tiempo ire subiendo más.
Un polizón en la maleta
Introducción
1. El Final.
No os podéis imaginar lo bien que se está completamente sola, en medio de la noche, navegando por el mar Caribe en un pequeño bote de rescate.
En el cielo hay reunión de estrellas; me miran con curiosidad. Si pudiera apagaría su luz, pero por desgracia las estrellas no se pueden apagar con un interruptor. Si estuviera más oscuro, seguramente los tiburones no me habrían descubierto con tanta facilidad....
No, no tengo nada en contra de los tiburones. Me gusta mirarlos, sobre todo por la tele. Pero, de cerca y sin pantalla por medio, no parecen tan graciosos. Además, van cerrando su círculo cada vez más cerca de mi bote. Claro. Debo resultarle muy apetitosa, supongo que no todos los días tienen en su menú a una niña alemana de diez años.
Aquí, en el Caribe, el cielo está más bajo que en mi ciudad. Si me pusiera de puntillas, casi podría tocar las estrellas con las yemas de los dedos. Pero prefiero no hacerlo, el bote se movería demasiado. Procuro evitar cualquier movimiento, por pequeño que sea. No me atrevo ni a rascarme la nariz, y eso que justo en este momento me pica mucho. No quiero ni imaginar que el bote se diera la vuelta y yo acabara en medio del mar.
Asustada por mis propios pensamientos, me agarro fuertemente a la tabla que sirve de asiento. Tengo la piel de gallina, incluso entre los dedos de los pies. Pensar que ahora mismo podría estar en la casa que tiene mi tía Erika en el mar Báltico, acostada en la cama y oyendo los ronquidos de mi prima. Pero no, tuve que colarme en ese enorme barco de crucero que me ha llevado al otro lado del Atlántico.
No creo que en mucho tiempo tenga ganas de volver a quejarme de mis habituales vacaciones en el mar Báltico. Al contrario que en el Atlántico, allí sólo me acechan dos peligros: pisar una medusa o volverme loca de aburrimiento.
A unos veinte metros de distancia, un tiburón ha abierto su enorme bocaza. No tengo ganas de contar los dientes que tiene, así que he cerrado los ojos. Los he vuelto a abrir, sabiendo perfectamente que yo soy la que voy a escribir la redacción más emocionante sobre las vacaciones, el próximo curso en el colegio; claro, eso si consigo sobrevivir a esta aventura. ¡Además, va a ser la redacción más larga de mi vida! Porque para poder explicar cómo he acabado en este bote en medio del Caribe, tendré que contar primero lo del curso que ganó la abuela sin haber participado. Y hablar de Conchita y de la bonita voz que tiene. Y el taxista de Lisboa, gracias al cual Tabea y yo ...
Pero mejor será que cuente la historia desde el principio, y así podremos llegar a este final...
2. El principio.
TODO empezó un sábado al mediodía, normal y corriente, en Dusseldorf, a orillas del Rin. Papá estaba en la cocina cortando repollo, puerro y otras verduras que usa para hacer su famoso puré. Mamá, armada con un spray, se dedicaba a la caza del mosquito en el cuarto de baño. Yo estaba sentada delante de mi escritorio, hurgándome la nariz. En realidad debía ordenar mi habitación, pero no podía decidir por dónde empezar. ¿Por los calcetines que estaban debajo de la cama? ¿Por la camiseta que tenía colgada de la lámpara? O.... ¿por las monedas de naranja que había encima del radiador? Era una lata que mis padres no entendieran lo a gusto que me encontraba yo en mi pocilga.
Seguía hurgando y hurgando, a pesar de que sabía perfectamente que mi nariz estaba igual de vacía que mi hucha. Pero hacer pelotillas me inpiraba. En ese momento estaba pensando en los patines que le habían regalado a mi amiga Jutta dos días antes, como premio por sus buenas notas. A mí nunca me regalan nada por sacar buenas notas, porque mi padre gana mucho menos que el de Jutta. Por eso sabía que para tener unos patines que aquellos tendría que esperar a que Papá Noel volviera a ponerse el abrigo rojo, se pegara tres kilos de algodón en la barbilla y sacara los renos del garaje. Es decir. ¡Una eternidad!
De todas formas, Jutta me había prometido prestarme los patines durante las vacaciones. Ella no iba a podérselos llevar a las Maldivas, que es donde iba a veranear con sus padres. Allí por lo visto, sólo hay arena y no se puede hacer nada con los patines.
Llamaron a la puerta.
--Kerstin, ¿quieres abrir? --gritó mamá desde el cuarto de baño.
Me saqué el dedo de la nariz, fui al recibidor, pulsé el zumbador y abrí la puerta. Al momento apareció mi abuela subiendo las escaleras con dificultad. Venía tan seria que parecía que su perro se hubiera hecho pis en la tostadora a la hora del desayuno.
--¿Pasa algo, abuela? --le pregunté.
--¡Ya lo creo! --refunfuñó, cerrando la puerta--.
¿Dónde está tu madre?
--Está cometiendo un asesinato.
--Ya, tu padre le ha agotado definitivamente la paciencia, ¿no?
--¡Qué va! Sólo quiere cargarse a unos mosquitos.
Mamá salió del cuarto de baño, vino hacia nosotras y le preguntó a la abuela, sorprendida:
--¿Qué haces tú aquí a estas horas? ¿Tenías que venir por aquí cerca? ¡Vamos, entra!
Pasamos al salón. La abuela vive en Neuss, muy cerca, pero era muy raro que viniera así, por las buenas, sin avisar. Desde que papá se enfadó con ella porque nos hacía muchas visitas sorpresa, no había vuelto a aparecer sin aviso previo. Papá y la abuela están siempre como el perro y el gato. Papá la odia porque juega mejor al ajedrez que él y la abuela no le soporta porque dice que le tiene que sacar las palabras con un sacacorchos. Hay que reconocer que papá es una persona de pocas palabras. A veces pienso que por las mañanas, en vez de usar pasta de dientes, usa pegamento y por eso no puede despegar los labios en todo el día.
La abuela se sentó en el sofá y lonzó una mirada de preocupación.
--¿Ha pasado algo? ---le preguntó mamá.
--Eso parece. ¿No era eso lo que tú pretendías?
--¿Lo que yo pretendía? ---Preguntó mamá, asombrada.
--Ahora no te comportes como si no fuera contigo --gruñó la abuela--.¿No fuiste tú la que echaste la postal?
--¿Qué postal?
--La postal con la solución.
--¿Con qué solución?
Yo miraba a la abuela, a mamá, a la abuela... Parecía el espectador de un partido de tenis.
--Participaste en el concurso,¿si o no? --preguntó la abuela.
--Ya sabes que casi todas las semanas participo en alguno.
--Pero yo no. Y, a pesar de eso, he sido yo la que he ganado.
--¿De verdad? ¿Qué has ganado?
-- Un crucero por el Caribe.
Mamá abrió los ojos de par en par.
--¿Cómo? ---dió unas palmadas y gritó--: ¡Bertram! ¡Ven corriendo!
Papá apareció en el salón. Llevaba un delantal y unas hojas de perejil en la mano. Miró a su alrededor sin entender que pasaba.
---¡Imagínate, la abuela ha ganado un crucero!
---mamá está radiante---.¿Qué te parece?
--Mmm... Estupendo ---murmuró él. Hacía dos días que no le había oído decir una frase tan larga.
--Serías tan amable de explicarme por qué mandas una tarjeta en mi nombre --dijo la abuela, dirigiéndose a mamá.
--¡Ah! --contestó ella, contenta---. Para algunos concursos escribo varias tarjetas. Así las posibilidades de ganar son mayores. ¡Dios mío! ¡Un crucero por el Caribe! Será el viaje más maravilloso que nunca hayas hecho. Pero ¿por qué me miras así? ¿ Es que no te alegras?
La abuela explotó.
--¿Alegrarme? Mi vecina fue una vez a un viaje de ésos, y por lo visto fue horroroso. En el barco sólo había gente viejísima, que la única diversión que tenían era pasarse las horas hablando de sus enfermedades. Y todas las noches se tenían que arreglar como si fueran a ir de boda. Encima, tendré que gastar todos los ahorros de mi libreta para comprarme ropa apropiada.
--¿Sabes qué? Si a ti no te apetece..., déjame que haga yo el crucero ---le propuso mamá.
En la cara de la abuela apareció una sonrisa de oreja a oreja, mientras decía:
--¡Qué más quisieras tú!
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